Curiosidad
Cuentan una anécdota de Charles Darwin que representa muy bien el tema del que os hablo hoy. Cuando Darwin llegó a Cambridge en 1828, con tan sólo 19 años, se enganchó a la moda por aquel entonces de coleccionar escarabajos. Posteriormente todo el mundo sabe el afán que desarrolló por estudiar y registrar todas las especies de seres vivos. Parece ser que una de las veces que salió en busca de nuevos tipos de escarabajos que pudiera registrar, encontró dos dentro del tronco de un árbol seco. Mientras llevaba cada uno en una mano, siguió buscando hasta que vio un tipo de escarabajo especialmente raro. Como no quería deshacerse de ninguno de ellos, se le ocurrió que podía sujetar uno en su boca con los dientes y así tener una mano libre y coger el que acababa de encontrar. La historia no acabó bien, el escarabajo que tenía en la boca liberó una sustancia química como forma de defenderse, que hizo que el joven Darwin lo escupiera y además perdiera los otros dos que llevaba en la mano. Alguno puede pensar que no parecía tan listo con 19 años, pero recordemos que la curiosidad fue una de las grandes virtudes que llevó a Darwin a desarrollar toda la teoría de la evolución y su obra “El origen de las especies”. Esta historia refleja además la doble cara de la curiosidad como fenómeno psicológico: puede ser un impulso irrefrenable y a la vez generarnos desagrado en incluso ansiedad. Hoy voy a contaros si es posible sentir estos dos estados de la mente, en gran parte contrapuestos, y lo que los investigadores han hallado en las últimas décadas en su esfuerzo por saber más sobre la curiosidad como proceso cognitivo.
Hace ahora 10 años en Caltech (que es el Instituto Tecnológico de California, poco conocido pero muy importante), el grupo de investigación dirigido por Min Jeong Kang y Colin Camerer, presentaron los resultados de sus investigaciones pioneras. Empleando técnicas de neuroimagen se propusieron identificar las vías neuronales de la curiosidad. Os cuento uno de los experimentos más conocidos que hicieron: Escanearon los cerebros de 19 participantes mientras se les presentaban preguntas de trivial que giraban en torno a gran variedad de temas. Se mezclaron además temas que podían despertar mayor o menor interés, lo que llaman curiosidad epistémica específica. Nombro un par de preguntas de este trivial para que os hagáis una idea: Una fue ¿Cuál es el instrumento musical que se inventó para parecerse a una persona cantando? Y otra ¿Cuál es el nombre de la Galaxia en la que se encuentra el planeta tierra? A los participantes se les pedía que leyeran la pregunta, que adivinaran la respuesta (en el caso que no la supieran), tenían que valorar la curiosidad que les generaba conocer la respuesta correcta, además de indicar cuanta confianza tenían en que su respuesta era la acertada. La respuesta por cierto a la primera pregunta es el violín, y la segunda como ya sabréis, La Vía Láctea. Las pruebas de neuroimagen mostraron que cuando los participantes valoraban que la respuesta a una pregunta les generaba mucha curiosidad, se activaba de forma significativa una zona llamada cortex prefrontal bilateral y otra núcleo caudado izquierdo. Estas regiones del cerebro son conocidas por su activación como anticipación a un estímulo de recompensa. Para que os hagáis una idea es ese tipo de sensación previa a algo que lleváis mucho tiempo deseando, como puede ser la cabecera del último episodio de tu serie favorita, o cuando el arbitro da comienzo a la final en la que juega el equipo al que sigues en el deporte que sea. Los hallazgos se mostraron en una gráfica con una curva de U invertida. Cuanta más incertidumbre, mayor curiosidad hasta un nivel máximo en el que la curiosidad decae si lo desconocido se aleja mucho de lo que podemos llegar a entender o interesarnos. Las conclusiones de Kang y Camerer fueron consistentes con la idea de que el hambre de conocimiento provoca este efecto de anticipación del refuerzo, algo fácilmente entendible desde un punto de vista evolucionista. Es un claro indicativo de que el conocimiento y la información tienen valor para nuestras mentes.
Y sin embargo, se encontraron también con alguna sorpresa. La estructura cerebral llamada núcleo accumbens, que tiene un papel central en los circuitos del placer y la recompensa, no se activó en sus experimentos. Sí vieron en cambio que cuando se facilitaba la respuesta correcta a los participantes, se activaban otras áreas relacionadas con el aprendizaje, la memoria, y la comprensión y producción verbal, el nombre de esta región es giro frontal inferior. Además la activación era más potente cuando se habían equivocado previamente adivinando la respuesta. Todo esto encaja con otro hecho que se da por comprobado, y es que damos más valor a la información y tenemos más capacidad de aprender cuando corrigen nuestros errores.
Nos vamos ahora a 2012 para hablar de una psicóloga cognitiva, Marieke Jepma y su equipo de la Universidad de Leiden en Holanda. Intentaron contestar a muchas preguntas aún sin respuesta, por ejemplo querían saber si nuestro cerebro responde de la misma forma a la novedad, a la sorpresa, o sencillamente al deseo de evitar el aburrimiento. Para ello, plantearon una metodología muy diferente con la intención de generar curiosidad en los sujetos experimentales. Jepma y su grupo se centraron en estudiar la llamada curiosidad perceptiva, que es un mecanismo que se activa cuando observamos algo novedoso, sorprendente, o que nos genera confusión y ambigüedad. Nadie antes había intentado comprobar las vías neuronales que correlacionan con la curiosidad perceptiva. Mostraron a los participantes secuencias de imágenes de diferentes objetos, como por ejemplo un autobús o un acordeón, pero que no podían identificar fácilmente al mostrarlas borrosas. Para manipular experimentalmente el momento en el que se disparaba la curiosidad y en el que ésta desaparecía, plantearon cuatro condiciones distintas. En la primera mostraban la imagen borrosa y a continuación la misma imagen nítida. En la segunda la imagen borrosa seguida de otra imagen nítida pero diferente. En la tercera mostraban la imagen nítida seguida de la misma borrosa. Y en la cuarta mostraban la imagen nítida seguida de la misma imagen nítida. De esta forma, los participantes nunca sabían qué esperar o si podrían saciar su curiosidad con la imagen que seguía. Descubrieron que se activaban regiones relacionadas con sensaciones de incomodidad y desagrado, algo que encaja con la famosa teoría del vacío de información. La curiosidad perceptiva produce una sensación negativa de necesidad, parecida en cierta medida a la que tenemos cuando sentimos sed o hambre. También observaron que cuando la imagen nítida eliminaba la incertidumbre y curiosidad, se activaban los circuitos de recompensa del cerebro, una sensación de alivio comparable con la que sentimos cuando saciamos nuestra hambre o sed. Por último vieron que aumentar o disminuir la curiosidad de los participantes en las diferentes condiciones del experimento, activaba neuronas en el hipocampo, una estructura cerebral relacionada con el aprendizaje. Todo esto nos indica que la curiosidad es una motivación muy interesante, no sólo para fomentar la exploración sino para fortalecer el aprendizaje.
Todos los estudios que os describo tienen algunas limitaciones metodológicas que impiden que saquemos conclusiones definitivas. En parte por establecer correlaciones pero no causalidad y porque los diseños experimentales se deben aún refinar más para llegar a confirmar teorías de una forma más concluyente. Hago estos comentarios no para restar mérito ni hacerme yo el interesante, sino para ilustrar lo complejo que es aún para la neurociencia actual el estudio del cerebro.
Poco antes de escribir este artículo encontré una entrevista reciente que hicieron a Jepma, la investigadora holandesa. Le preguntaban acerca del motivo por el que decidió estudiar el fenómeno de la curiosidad. Contestaba que estaba enfrascada en investigar el dilema de explorar o explotar. Este dilema plantea que aprovechamos o empleamos el conocimiento que ya tenemos, y exploramos cuando tenemos poco conocimiento. Pues Jepma cuenta que estaba interesada en saber cómo este dilema guía nuestro proceso de toma de decisiones en la vida. En ese momento fue cuando encontró que la curiosidad es una de las principales motivaciones por las que exploramos, y que apenas había estudios neurocientíficos sobre la misma. Lo mejor del asunto es que al final de la entrevista le preguntan qué es lo próximo, qué está investigando actualmente. Y ella adelanta que ya ha hecho un estudio preliminar no publicado para ver cuántos sujetos experimentales aguantarían incluso dolor físico con tal de saciar su curiosidad. Y cuenta que no todos, pero algunos de los participantes sí que estuvieron dispuestos a sufrir dolor.
Esto me recuerda a la anécdota tan irreal que conté al principio, Charles Darwin escupiendo un escarabajo que se puso en la boca con tal de tener manos libres para poder seguir curioseando.
NOTAS
Charles Darwin y su obra “El origen de las especies”. Min Jeong Kang y Colin Camerer en la investigación de 2009. Marieke Jepma y su estudio de 2012.